Tu cuerpo, tu ropa, tu obra.
POR MARÍA EUGENIA VIERA
La moda nunca fue para mí una simple cuestión de prendas, tendencias o lo que “se usa”. Desde que era niña, me di cuenta de que la ropa tenía un poder mucho más profundo: me permitía sentir y ser algo más, me ayudaba a conectar con partes de mí misma que no siempre eran fáciles de nombrar. Como una melodía que surge sin que lo busques, la moda fue un lenguaje que fui descubriendo en mis propios términos.
Crecí rodeada de un entorno donde la moda era algo que se vivía en casa, no solo en las tiendas. Mi padrino y mi abuela Piru, una modista coqueta, fueron mis primeros referentes. Juntos, me llevaron de la mano a las grandes tiendas de ropa de mi infancia, lugares que parecían otros mundos, tenían portero y ascensorista vestidos de gala que usaba guantes y una especie de galera, una fiesta a la elegancia. Recuerdo especialmente las tardes en las que recorríamos esos enormes espacios, buscando la prenda perfecta. Siempre volvía a casa con un regalo. Un tapado de pelo largo beige, con un lazo que me llegaba a los tobillos, me dejó una huella imborrable. No podía creer lo que se sentía llevarlo puesto, la imagen gigante que me devolvía el espejo. Esas experiencias me marcaron para siempre, y ese tapado se convirtió en un emblema de la magia que se esconde en la moda: una oportunidad para transformarse, para ser algo más grande.
Mis primeros pasos en el arte fueron a través de la música. Escuchaba a mi madre tocar el piano y coser nuestra ropa (para mi hermana y para mí) con su máquina Singer, creando en su propio espacio algo que, como la moda, unía la creatividad con la cotidianeidad. Mis clases de piano me enseñaron a escuchar el mundo con atención, a prestar atención a los detalles y a encontrar belleza en los pequeños gestos.
El baile flamenco, con sus faldas largas y su vibrante expresión corporal, me mostró cómo la ropa puede intensificar la expresión artística, cómo cada movimiento de tela acentúa lo que queremos contar con el cuerpo. La moda y el arte, tanto en la danza como en la música, se entrelazaban en mi vida, hablando un mismo lenguaje de transformación.
En otro momento de mi vida, mi intento de estudiar teatro —que prefiero llamar “pausado” más que fallido— me permitió explorar la idea de que el cuerpo puede ser también una obra de arte. Durante un tiempo, la actuación me invitó a jugar con las identidades, a pensar en el cuerpo como un lienzo que se puede vestir de historias, de personajes, de emociones. En el escenario, entendí cómo la moda puede ser un elemento poderoso para transmitir una narrativa, un sentimiento, o un cambio de estado. La ropa, como el texto, no es solo algo que “se lleva”, sino una herramienta de expresión.
Otra experiencia reveladora la tuve en un club de lectura al que fui, cada vez que hablábamos de una novela, aparecía una escena inesperada: todas imaginábamos cómo se vestía cada personaje. Sin que nadie lo propusiera, surgía esa necesidad de vestirlos en la imaginación. Y no era un detalle superficial: la ropa se volvía parte del carácter, del pasado, de las heridas y los anhelos. Como si esa forma de presentarse al mundo también hablara de lo que no se decía. Como si —aún en la ficción— vestirse también fuera narrarse.
Y de esos encuentros en el club me acuerdo de la frase del libro “La elegancia del erizo”, cuando Paloma dice que Renée “tiene ´la elegancia del erizo`: por fuera, cubierta de púas; por dentro, un mundo refinado, secreto, profundo.”Y tal vez, sin darnos cuenta, todas llevamos algo de eso: una manera única de vestirnos que también nos protege, nos revela, nos transforma.
Hoy, como parte de un coro de mujeres, me encuentro nuevamente en la búsqueda de la identidad a través de la vestimenta. Cada vez que tenemos que elegir cómo nos vamos a vestir para una presentación, surgen varias discusiones y nos encontramos hablando largo rato sobre el tema, haciendo encuestas,compartiendo una paleta de colores en el grupo de Whatsapp.; queda muy claro el dilema de representar quiénes somos como colectivo, pero también mantener nuestra individualidad. Encontrar un equilibrio entre esas dos fuerzas me ha llevado a preguntarme: ¿cómo podemos usar la moda no solo para encajar, sino para ser vistas tal como somos? Es un tema que me ocupa cada vez más, porque en el fondo, la moda tiene que ver con eso: con la identidad, con el lugar que ocupamos, con la historia que contamos.
Con todo esto en mente, es que me encuentro con Ana en larguísimas charlas. Ana es una diseñadora cuyo trabajo logró traducir mis pensamientos y emociones sobre la moda de una forma que nunca imaginé posible. Ana no solo diseña ropa, crea arte. Cada prenda que produce se convierte en una obra visual, en una extensión de lo que soy y lo que quiero decir. Ella me enseñó que la moda es una forma de expresión artística, tan válida y profunda como la pintura, la música, la literatura o el teatro.
En el atelier de Ana, comprendí cómo la moda, al igual que cualquier otra forma de arte, tiene el poder de transformarnos, de permitirnos expresarnos de maneras que no sabíamos que eran posibles. Ana no solo diseña con telas; diseña con historias, con emociones, con deseos. Cada pieza se convierte en un lienzo, un lugar donde lo invisible se hace visible. Su enfoque me hizo recordar la conexión entre el arte y la vida cotidiana, esa que tanto me había impactado de niña. Y es que la moda, como la música o la pintura, no es un objeto vacío, sino un canal para expresar nuestra esencia, nuestros sueños, y nuestras luchas.
Así, como un coro de mujeres que busca una identidad a través de su vestimenta, como la niña que se miraba frente al espejo con un vestido que la hacía sentirse gigante, como la mujer que encuentra en una prenda la oportunidad de ser más, todos estamos atravesados por la moda. Abrazados por el arte en cada sencillo gesto de elección que nos parece natural, pero que en realidad, lleva consigo historias, emociones, y el deseo de conectar con los demás. Porque, al final, vestirnos no es solo cubrirnos, es expresarnos, es ser arte.
A veces me detengo a pensar en todo lo que una mujer atraviesa en ese gesto que parece tan simple: elegir qué ponerse. No importa si es lunes o sábado, si hay una ocasión especial o solo ganas de estar cómoda. Cada elección, consciente o no, está contando algo. Cada prenda que elegimos habla de lo que sentimos, de lo que necesitamos, de lo que queremos que el mundo vea —o no vea— de nosotras.
Y pienso: ¿cuántas veces nos dijeron que eso era banal, superficial, sin importancia? ¿Cuántas veces nos enseñaron a restarle valor a lo que nos poníamos, como si lo externo no pudiera tener raíz en lo interno?
Pero la verdad es que hay algo profundamente artístico en ese gesto cotidiano. Porque vestirse también es crear. Es imaginar, combinar, transformar. Es usar el cuerpo como un lienzo y la ropa como un modo de expresión. Es armarse una escena, un personaje, una emoción, una versión más libre o más protegida de una misma.
Y ahí, justo ahí, está el arte. En lo que muchas veces damos por hecho. En esa falda que nos da fuerza, en ese pañuelo que nos trae un recuerdo, en ese tapado peludo que nos hizo sentir enormes por primera vez frente al espejo.
No hace falta ser diseñadora, actriz, escritora, bailarina o pintora para ser artista. A veces, basta con elegir una prenda desde lo que somos, desde lo que sentimos.
Coco Chanel dijo una vez: “Busca a la mujer del vestido. Sin mujer, no hay vestido.”Y yo, que crecí mirando cómo las telas hablaban, cómo los cuerpos narraban y cómo los silencios también podían vestirse, hoy lo siento más que nunca.
Porque sin nosotras, no hay ropa que importe.Porque cada mujer, con su historia, su deseo y su cuerpo, es la verdadera obra.
Y entonces entiendo por qué amo tanto ese instante frente al espejo, ese juego de telas, colores, pliegues y estados de ánimo. Porque cuando elegimos qué ponernos, también estamos eligiendo cómo vivir ese día. A nuestro ritmo. Con nuestras reglas. A veces con música, otras con silencio. Pero siempre con algo de arte.
Vamos a jugar un poco, ¿te animás?
Poné esa canción que te enciende (yo te propongo a Madonna).Andá a tu placard.Elegí esa prenda que te haga vibrar —sí, esa— y ponétela aunque no tengas a dónde ir.
Porque no necesitás una excusa para sentirte auténtica.Porque también se puede hacer arte un día cualquiera.Y porque vos, aunque no lo sepas, hace tiempo que estás creando.
Y si al mirarte al espejo te sentís tan poderosa como Madonna en su video de "Vogue", es porque lo sos. Así que dale volumen a esa canción, mirá tus prendas con nuevos ojos y sentite como la artista que ya sos.
Porque, al final, somos nuestras propias obras maestras.

1 comentario
Maravilla esas creaciones!