Falda, viento y deseo
POR MARÍA EUGENIA VIERA
La nueva estación no se anuncia solo en el almanaque, sino en el cuerpo: el abrigo que se afloja, la piel que busca la luz, el deseo de movimiento.
Llega la primavera y, con ella, una especie de renacer silencioso. El sol empieza a calentar distinto, no solo entibia la piel, también afloja el alma.
Nos dan ganas de salir, pero no solo a la calle, sino salirnos para afuera, mostrar lo que estuvo guardado durante el invierno, dejar ver lo que antes se protegía, abrirnos como se comienza a abrir la naturaleza.
Empezamos a mirarnos en el espejo con otros ojos. Como si el cuerpo también volviera de algún letargo. Como si la mirada buscara una versión más viva, más luminosa, más nuestra.
El cuerpo florece. La tela respira distinto. Y la luz, esa luz nueva, cae de otra manera sobre las prendas, como si quisiera acariciarlas.
La moda no solo se adapta al clima, acompasa el ánimo, anticipa el gesto, nombra lo que todavía no sabemos decir.Vestirse es, también, una forma de decir que “algo cambió”.
Y en medio de ese renacer, aparece ella: la falda. O la pollera, según desde dónde se la nombre, pero siempre con esa cadencia propia que la distingue de cualquier otra prenda. La falda no aprieta, no encierra.
Se mueve. Baila. Cae con gracia, acompaña el paso, deja respirar el cuerpo.
Se siente como una invitación a caminar más lento, a jugar con el viento, a recordar que vestir también puede ser un acto de disfrute.
¿Y cuántas veces te viste girando en una falda frente al espejo?
La falda no es solo una prenda, es un símbolo cargado de historia y significado cultural.
A lo largo de las épocas y las culturas, ha sido un signo de identidad, de pertenencia y, muchas veces, de resistencia. La falda, como prenda, tiene siglos de historia. Ha cambiado de forma, de largo, de peso y de intención. Hubo épocas en que fue sinónimo de recato, otras en que se convirtió en estandarte de liberación.
Desde los amplios miriñaques hasta las minifaldas revolucionarias de los años 60, la falda ha dicho mucho más que “moda”. Ha sido territorio de disputa, de identidad, de poder.
Hoy, cada vez que alguien se pone una falda, se inscribe (aunque no lo sepa) en esa línea del tiempo donde la tela también fue lenguaje. Donde cada centímetro de tela o de piel visible fue una declaración.
En muchas sociedades, la falda fue y sigue siendo un emblema del género femenino, pero también una forma de expresión política y social. Las mujeres han usado la falda para reclamar espacios, desafiar normas, expresar libertad y dignidad.
En diferentes culturas, la falda puede ser un símbolo de tradición o de ruptura, un puente entre generaciones y una forma de narrar historias que van más allá de las palabras. La falda habla de movimiento, de sensualidad, pero también de fortaleza y resiliencia. Es una prenda que abraza la diversidad, desde la falda tradicional hasta las propuestas más vanguardistas, todas cuentan parte de un relato colectivo y personal.
Elegir una falda es también elegir formar parte de ese legado, de esa conversación entre pasado y presente. Es afirmar que la moda no es solo apariencia, sino también identidad, historia y cultura en movimiento.
Como escribió Simone de Beauvoir en El segundo sexo: "El vestido, la falda, el atuendo no es solo una cuestión de moda, sino una forma de situarse en el mundo, de afirmar una identidad."
Y cuando hablamos de faldas, cómo no pensar en aquella escena inolvidable: Marilyn Monroe sobre la rejilla del subte, la falda que vuela sin permiso, sin plan, sin pudor.
Esa imagen tan repetida, tan convertida en ícono parece hablar de una libertad espontánea, de una risa indomable.
Pero también, si la miramos con otros ojos, revela lo contrario: fue un gesto pensado, dirigido, grabado una y otra vez hasta que resultara lo suficientemente deseable.
Esa falda al viento, que tantos leyeron como sensualidad pura, también expone una verdad incómoda, durante mucho tiempo, lo femenino fue diseñado desde la mirada del otro.Esa falda no se levantó sola, fue levantada por una escena escrita para el deseo ajeno.
Y sin embargo, algo se escapa igual, como una grieta hermosa, el cuerpo no siempre se deja contener. En ese vuelo de tela hay también una rebelión. Porque incluso cuando el gesto no fue propio, el símbolo trascendió. Hoy, esa misma imagen puede ser leída con nuevos ojos.
Ya no como sumisión ni como espectáculo, sino como la posibilidad de reapropiarnos del gesto.
De volver a habitar la falda desde otro lugar, el del deseo propio, la decisión, la libertad.
Cuando la tela se suelta, también se suelta algo dentro nuestro.
Y en ese juego entre el cuerpo, el viento y la mirada, algo se enciende, lo femenino también es fuerza, rebeldía, belleza y verdad.
También hay faldas que hacen ruido.
Que no solo acompañan el movimiento, sino que lo intensifican.
Que no visten al cuerpo, sino que lo empujan a decir, como en el flamenco. Allí la falda no solo gira, también golpea. Se arrastra. Corta el aire.
Es tela que arde, que pisa fuerte, que marca un territorio.La bailaora la usa como extensión de su emoción, como una herramienta de lenguaje corporal y visceral. Cada vuelo de la falda, cada recogida del ruedo, cada movimiento dramático es una forma de contar una historia sin palabras.
Una historia de fuerza, de pasión, de rebeldía.
Y entonces la falda no solo acompaña, habla.
Dice lo que la voz no puede. Dice lo que el cuerpo necesita.
Hoy, cada vez que alguien se pone una falda, se inscribe (aunque no lo sepa) en esa línea del tiempo donde la tela también fue lenguaje. Donde cada centímetro de tela o de piel visible fue una declaración.
La falda no es solo una prenda que vestimos; es un gesto, una historia, un susurro de libertad. Es la danza que invita a redescubrirnos, a sentir el aire rozar la piel y a mostrarnos tal cual somos, sin máscaras ni temores.
Que cada vez que te la pongas, recuerdes que llevas contigo no solo tela, sino una parte de ti que quiere florecer, jugar y ser vista. Que en cada vuelo, en cada giro frente al espejo, renazca esa voz interna que dice: “Acá estoy, soy auténtica, soy libre.” Porque vestirnos es también contarnos, y la falda, con su movimiento, nos enseña que la belleza está en la valentía de ser quienes realmente somos.
¡Que la falda siga siendo movimiento, historia y libertad!
Te propongo algo simple: andá a buscar tu falda favorita y mirala como si fuera nueva.
Fijate qué te dice, qué cuenta de vos, qué se anima a decir sin palabras.
Sentí cómo se mueve con vos.
Cómo te invita a jugar, a habitarte distinta.
Te comparto esta canción, ¡ponete la falda y movete sin miedo!
https://youtu.be/HyEqZG-wg0s?si=3qxEH1PJCm1laDsw
Si querés, me encantaría que compartas tu historia con una falda.
Porque cada prenda guarda un relato, y cada relato suma a este universo sensible que estamos construyendo.